martes, 22 de enero de 2013

ANÁLISIS DE LA CARTA DEL JEFE SEATTLE


CARTA DEL JEFE SEATTLE Y SU RELACIÓN CON EL PRIMER CAPÍTULO DE “GUERRA DE LAS IMÁGENES”

 

Desde que tuvo lugar la presencia europea en las tierras del Abya Yala, se produjo un brutal despojo de múltiples elementos propios que pertenecían a la cultura ancestral de los diversos pueblos originarios. 

 

Quienes estaban al frente de esta funesta práctica colonial, acudieron a prácticas inimaginables para desplazar, aniquilar y anular todos los conocimientos y concepciones de esta parte del mundo.  Es preciso señalar que la guerra de las imágenes se concretó tomando como punto de partida la calificación de idólatras a todos sus habitantes, y bajo esta visión occidental (…) colocar en lo indígena todo un carácter demoníaco y consecuentemente justificar el proceso de “civilización” y “cristianización”.

 

De tal manera que, los europeos no comprendieron la simbología de los pueblos originarios.  Cualquier representación la conceptualizaban como “ídolo”, según sus concepciones, sin embargo, ignoraban todo el trasfondo cultural que ello significaba.  De la misma forma, las prácticas ancestrales distaban mucho de ser entendidas por los aventureros.   Como ejemplo basta referirse al momento en que los habitantes originarios tiraron las imágenes (cristianas) al suelo y las cubrieron de tierra y después orinaron encima diciendo: ahora serán buenos y grandes tus frutos…”  Como es de esperar, ese acto fue castigado quemando vivos a los “culpables”.  

 

Esta situación que tuvo su génesis con la invasión europea, se extiende durante la colonia hasta llegar, casi con seguridad, hasta nuestros días.  Un caso particular lo revela precisamente la carta que el jefe Seattle envía al presidente de los EE.UU a mediados del S.XIX.  En ella, el jefe Seattle, ante la propuesta por parte del político presidente de comprar las tierras del noroeste, responde, entre otras cosas, diciendo que “nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?.  Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo…”  

 

En el desarrollo de su misiva, va detallando la grandiosidad de toda la naturaleza de la cual el hombre, blanco o de piel roja, son parte, por lo que hay una voz imperativo de cuidar y venerar de ella pues es preciso entender que “la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra (…) Hay una unión en todo”.   Sin embargo, en la mentalidad de quienes se sienten extraños, hay un afán desmedido de someter a la naturaleza, de sacar provecho de ella, en definitiva , de destruirla.

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