CARTA
DEL JEFE SEATTLE Y SU RELACIÓN CON EL PRIMER CAPÍTULO DE “GUERRA DE LAS
IMÁGENES”
Desde que tuvo lugar la presencia europea en las
tierras del Abya Yala, se produjo un brutal despojo de múltiples elementos
propios que pertenecían a la cultura ancestral de los diversos pueblos
originarios.
Quienes estaban al frente de esta funesta práctica
colonial, acudieron a prácticas inimaginables para desplazar, aniquilar y
anular todos los conocimientos y concepciones de esta parte del mundo. Es preciso señalar que la guerra de las
imágenes se concretó tomando como punto de partida la calificación de idólatras
a todos sus habitantes, y bajo esta visión
occidental (…) colocar en lo indígena todo un carácter demoníaco y
consecuentemente justificar el proceso de “civilización” y “cristianización”.
De tal manera que, los europeos no comprendieron la
simbología de los pueblos originarios.
Cualquier representación la conceptualizaban como “ídolo”, según sus
concepciones, sin embargo, ignoraban todo el trasfondo cultural que ello
significaba. De la misma forma, las
prácticas ancestrales distaban mucho de ser entendidas por los aventureros. Como ejemplo basta referirse al momento en
que los habitantes originarios tiraron
las imágenes (cristianas) al suelo y las cubrieron de tierra y después orinaron
encima diciendo: ahora serán buenos y grandes tus frutos…” Como es de esperar, ese acto fue castigado
quemando vivos a los “culpables”.
Esta situación que tuvo su génesis con la invasión
europea, se extiende durante la colonia hasta llegar, casi con seguridad, hasta
nuestros días. Un caso particular lo
revela precisamente la carta que el jefe Seattle envía al presidente de los
EE.UU a mediados del S.XIX. En ella, el
jefe Seattle, ante la propuesta por parte del político presidente de comprar
las tierras del noroeste, responde, entre otras cosas, diciendo que “nadie puede poseer la frescura del viento ni
el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?. Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi
pueblo…”
En el desarrollo de su misiva, va detallando la
grandiosidad de toda la naturaleza de la cual el hombre, blanco o de piel roja,
son parte, por lo que hay una voz imperativo de cuidar y venerar de ella pues
es preciso entender que “la tierra no
pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra (…) Hay una
unión en todo”. Sin embargo, en la mentalidad de quienes se
sienten extraños, hay un afán desmedido de someter a la naturaleza, de sacar
provecho de ella, en definitiva , de destruirla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario